miércoles, 21 de julio de 2010

Adiestramiento




Mi madre me enseñó a mantener cortas las garras, a pulirlas,
a pintarlas de colores, disimularlas tan bien que todos crean que son uñas de manicura.
Debo afeitarme las plumas tres veces al día y evitar los graznidos.

Todo para ser este canario de rapiña en el espejo
.

Calzado mágico




Nada tan complicado como ser zapatero y que el secretario real del palacio te obligue a hacerle media suela y taco a un solo zapato de cristal que se rompe apenas hundo a golpes de martillo el primer clavo, para lastimar los pies de una muñequita que no podrá quitárselo nunca más.

jueves, 8 de julio de 2010

En punto cruz






Debería volver en punto cruz por la trama del bordado, hasta el primer instante de enhebrar la aguja. Temblaba el acero invisible entre sus dedos y el ojo inquieto no se dejaba enlazar por la hebra azul para una continuidad de cielo sobre la tela.
Ella disfrutaba tanto de enseñarme a bordar que nunca le hice saber que cada puntada, era para mí, una penitencia. Yo prefería hilvanar palabras, aunque los nudos de metáforas y el ovillo de la rima, se me enredaban tanto como las filigranas del bastidor.
Era tan paciente y testaruda que se sentía satisfecha si yo lograba una hilera completa de cruces prolijas.
Sonreía con sus encías despobladas y yo me abstraía de sus arrugas, mirándola como una criatura entusiasmada. Manejaba la secuencia del cañamazo hasta lograrle un latido a sus pájaros bordados, porque con un solo soplo le daba otra vida a sus labores.
Heredé su costurero.
Una vieja lata de té como un tesoro de dedales y alfileres, un puñado de botones desiguales, su escala de agujas, serpentinas de puntilla, una tijera china desafilada, y un patrimonio de hilos intangibles que pespuntan el lienzo de mi vida con aquellos colores agotados



del libro “Como racimo de abejas”

En la orilla
















Casi
un momento de barco
untado de orillas,
mi amor saqueado.

Quién recogió el viento
en un sudario de velas
y me dejó esta arboladura inútil
un calabozo de escamas
el puerto patíbulo.

Se agota salina la tarde
y el sol aún ignora mis costillas,
el latido que zozobra
en un fondo de anclas,
los mares dentro de mares
que conocen mis estrellas,
mi soledad detenida
en este timón sin manos.